AMÉRICA SIN NOMBRE – Planeta Sostenible

AMÉRICA SIN NOMBRE

Prólogo de Darío Oses para el libro La lámpara en la Tierra, de Pablo Neruda, recién editado por Planeta Sostenible.

por Darío Oses

 

Hubo una vez un niño, Neftalí Reyes, que tuvo la suerte de conocer y explorar lo que él mismo llamó

“el enmarañado bosque chileno”. Allí raulíes y alerces encumbraban sus estaturas gigantes: sus follajes

buscaban el sol mientras abajo se generaba un territorio de sombra y humedad donde se descomponían

las hojas y los troncos muertos, y de la putrefacción resultante nacían hongos, plantas, insectos y reptiles.

Era “un mundo vertical: una nación de pájaros, una muchedumbre de hojas”, un espacio donde la muerte

y la vida se alimentaban mutuamente, practicaban lo que el poeta llamaría después “la eternidad secreta

de las fecundaciones”.

 

En ese paisaje fecundo nació también un poeta: el niño Neftalí Reyes se convirtió en Pablo Neruda, que fue ganando un reconocimiento cada vez más amplio para su poesía hasta recibir el Premio Nobel de Literatura en 1971. A este respecto, anotó lo siguiente en sus memorias: “Quien no conoce el bosque chileno, no conoce este planeta. De aquellas tierras, de aquel barro, de aquel silencio, he salido yo a andar, a cantar por el mundo”. Neruda conoció en sus viajes la selva tropical americana y sintió que esos árboles hundían sus raíces hasta encontrarse con las de aquellos del bosque frío del sur de Chile, uniendo así toda la tierra del continente.


Otro de los elementos del paisaje que impresionó tempranamente al poeta fue la cordillera de los Andes, elemento de unión que constituye la columna vertebral de América.

Neruda había empezado a trabajar en un extenso poema dedicado a Chile. Escribe el poeta: Quise extenderme en la geografía, en la humanidad de mi país, definir a sus hombres y sus productos, la naturaleza viviente.

Muy pronto me sentí complicado, porque las raíces de todos los chilenos se extendían debajo de la tierra y salían en otros territorios.

El suceso decisivo que lo llevó a la percepción de la unidad del mundo americano fue su viaje al Cuzco, la capital del imperio de los incas, desde donde subió a Machu Picchu, ciudad perdida de la civilización andina. En el silencio de ese territorio ya deshabitado el poeta pensó “en el antiguo hombre americano”: Allí comenzó a germinar mi idea de un canto general americano. Antes había persistido en mí la idea de un canto general de Chile (…) Ahora veía a América entera desde las alturas de Macchu Picchu…

En 1940 Neruda había sido nombrado cónsul general en México, donde entró en contacto profundo con la historia de América, con su mundo rural y con el arte de los muralistas, principalmente Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, quienes posteriormente ilustrarían la primera edición mexicana del libro Canto general.

Al regresar a Chile, el poeta había visitado –además de México–, Argentina, Colombia, Cuba, Guatemala, Panamá y Perú. Fue en este último país donde subió a las ruinas de Machu Picchu, experiencia que describe como una revelación de América. Este ángulo le permite ver nuestro continente en contraste con la regresión europea hacia la barbarie en la época de la Segunda Guerra Mundial:
Pero la América excelsa, su edificio al aire se manifestó en la orgullosa y solitaria ciudadela de Macchu Picchu. Fue un encuentro decisivo en mi vida. Tuvo lugar hacia el año 1943: la gran guerra de los europeos no daba señales de acabar (…)

Mientras la razón dormía en el mundo, los monstruos practicaban la suprema carnicería. El proyecto de Neruda era enorme: implicaba realizar una de las más antiguas aspiraciones de la cultura americana. Porque los europeos que llegaron en los siglos XV y XVI a nuestro continente constataron que era un mundo tan excepcional que no tenían las palabras necesarias para describirlo ni para explicarlo.

Al principio creyeron que era parte de Asia. Después buscaron en él los territorios de los que hablan losmitos y leyendas de la tradición europea. Por ejemplo, cuando Cristóbal Colón llegó a la desembocadura del Orinoco, creyó estar cerca del Paraíso Terrenal. Finalmente, los conquistadores comprobaron que este era un Nuevo Mundo, muy distinto del mundo viejo que hasta entonces conocían.

Así, el descubrimiento de América se inicia en 1492 pero se prolonga por siglos. Los primeros cronistas dieron cuenta de las singularidades de América: describieron sus culturas ancestrales y sus especies vegetales y animales. Las expediciones que recorrieron el continente examinaron la peculiaridad de sus paisajes y cartografiaron su territorio. Neruda, en su inmenso libro Canto general se propuso continuar, a través de la poesía, esta exploración interminable. De hecho, en 1953, al hablar de este trabajo, Neruda dijo que su propósito fue “unir a nuestro continente, descubrirlo, construirlo, recobrarlo”. A esto agregaba: los hechos más oscuros de nuestros pueblos deben ser levantados a la luz. Nuestras plantas y nuestras flores deben ser por primera vez contadas y cantadas. Nuestros volcanes y nuestros ríos se quedaron en los secos espacios de los textos. Que su fuego y su fertilidad sean entregados al mundo por nuestros poetas.

Fue así como en los once años que van desde 1938 hasta 1949 Neruda realizó este gran redescubrimiento poético de América. A través de la poesía construyó una mirada maravillada y abarcadora de nuestra inmensa extensión territorial y auscultó los silencios de nuestra prehistoria. En Machu Picchu lo impresionó la ausencia de los constructores de esa ciudad. Entonces, él mismo se propuso recuperar esas voces perdidas: “Acudid a mis venas y a mi boca. / Hablad por mis palabras y mi sangre”, les dice a esos residentes fantasmales.

Canto general se convirtió en un clásico de las letras hispanoamericanas y de la poesía contemporánea universal. Tiene 15 secciones, 231 poemas y más de 15.000 versos en los que despliega una visión poética de la naturaleza y las culturas americanas y un recorrido de más de 500 años por la prehistoria y la historia americanas.

La lámpara en la tierra, primera sección de este libro, se ocupa de la cosmogonía, es decir, de la creación del continente. El nombre del poema con que se abre esta sección es Amor América, título que sugiere que el amor es parte del ser americano. En el poema Los hombres, Neruda habla de “los mitos de las tierras amorosas, / la exuberancia húmeda de donde / lodo sexual y frutas derretidas / iban a ser actitud de los dioses / o pálidas paredes de vasijas”.

Más adelante, en la segunda sección, Alturas de Macchu Picchu, el poeta invoca nuevamente este amor: “Sube conmigo, amor americano”, y luego:

Amor, amor, hasta la noche abrupta,

desde el sonoro pedernal andino,

hacia la aurora de rodillas rojas,

contempla el hijo ciego de la nieve.

 

El autor sitúa Amor América, en el año 1400, noventa y dos años antes de la llegada de los españoles:

Antes de la peluca y la casaca

fueron los ríos, ríos arteriales:

fueron las cordilleras, en cuya onda raída

el cóndor o la nieve parecían inmóviles.

 

El tiempo parece detenido y la tierra es un solo cuerpo recorrido por “ríos arteriales”. El mundo es un organismo del que el hombre forma parte. Es el tiempo del mito, anterior al del pensamiento lógico y a la conciencia escindida del hombre moderno que se autopercibe como un individuo separado del mundo, en conflicto con este y con las cosas a las que debe poner nombre para manejarlas, catalogarlas y jerarquizarlas, y números para cuantificarlas y administrarlas. El de este poema es un mundo adánico “sin nombre todavía”:

Tierra mía sin nombre, sin América,

estambre equinoccial, lanza de púrpura,

tu aroma me trepó por las raíces

hasta la copa que bebía, hasta la más delgada

palabra aún no nacida de mi boca.

 

Y más adelante:

A las tierras sin nombres y sin números

bajaba el viento desde otros dominios,

 

Como señala Gabriel García Márquez al describir los primeros años de Macondo, “El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”. Neruda va descubriendo esta América reciente, un paraíso en el que hay plena correspondencia entre el hombre y la tierra, porque el hombre es tierra:

El hombre tierra fue, vasija, párpado

del barro trémulo, forma de la arcilla,

 

En este poema cosmogónico pueden identificarse motivos de otros relatos de creación, como el bíblico, donde el hombre es moldeado con barro. En aquel relato aparece también la orden divina “Hágase la luz”, que en la versión de Neruda es la lámpara en la tierra.

El secreto de este mundo paradisíaco y arcaico, grabado en la empuñadura de un arma de cristal, se pierde para siempre, tal vez, al ser sepultado por aquel otro mundo, el de la peluca y la casaca impuesto por la conquista europea.

(…) pero en la empuñadura

de su arma de cristal humedecido,

las iniciales de la tierra estaban

escritas.

Nadie pudo

recordarlas después: el viento

las olvidó, el idioma del agua

fue enterrado, las claves se perdieron

o se inundaron de silencio o sangre.

No se perdió la vida, hermanos pastorales.

Pero como una rosa salvaje

cayó una gota roja en la espesura

y se apagó una lámpara de tierra.

 

Y el poeta declara entonces: “Yo estoy aquí para contar la historia”. Es decir, ha recuperado poéticamente las claves perdidas. 

En La lámpara en la tierra, Neruda descubre un mundo donde las germinaciones marcan el paso del tiempo: “En la fertilidad crecía el tiempo”, escribe. Es la América inicial, generosamente fertilizada por los ríos, donde crecen los bosques con todas sus especies vegetales y se reproduce la abundancia de animales y pájaros, y donde los metales duermen en sus yacimientos sin herir a la tierra. Pero ya se anuncia el tiempo de la extracción minera, que vendrá con el invasor:

Madre de los metales, te quemaron,

te mordieron, te martirizaron,

 te corroyeron, te pudrieron

más tarde, cuando los ídolos

ya no pudieron defenderte.

 

La lámpara en la tierra concluye con la inquietante reiteración de que no hay nadie que venga a destruir la pureza de este mundo, pero la amenaza ya se insinúa:

No hay nadie. ¿Escuchas? Es el paso

del puma en el aire y las hojas.

No hay nadie. Escucha. Escucha el árbol,

escucha el árbol araucano.

No hay nadie. Mira las piedras.

Mira las piedras de Arauco.

No hay nadie, solo son los árboles.

Solo son las piedras, Arauco.

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