Desde que vivo en el cerro, cada vez que salgo en la mañana a caminar por el bosque, una tenca se posa cerca de mí, me observa y luego canta. No siempre de la misma forma, ni aparece a la misma hora, pero tengo la sensación de que hay cierta regularidad, por así decirlo: un hábito. Al principio pensé que era una casualidad, que ellas siempre cantan y que no estaba ni mirándome ni cantando especialmente para mí. Con el tiempo me di cuenta de que esa tenca que veía regularmente tenía una particularidad en el cuello que la hacía única por lo que concluí que quien me visitaba era un mismo sujeto, por lo que le puse un nombre: Tina la Tenca.
Era la misma, sí, pero había otra pregunta, Tina la tenca ¿me estaba cantado a mi? ¿O, cantaba a cualquiera?
Si pienso que me cantaba a mi, podría pensarse que esto es una proyección. Tal vez lo sea. Pero también podría ser otra cosa: un eco, una resonancia, una forma de atención compartida. Quizás, más que preguntarme si el ave me canta a mí, debiera preguntarme qué ocurre en ese espacio entre su canto y mi escucha.
Vivir en el cerro, dentro de un bosque esclerófilo en el centro de Chile, es entrar en un idioma anterior al lenguaje humano. No uno que se pronuncia, sino uno que se siente con el cuerpo entero, con los poros, con la piel. Un árbol que se cae en algún lugar, el rodado de una roca, el chillido de un rapaz devorado una presa, el sutil aullido de un escarabajo avisando peligro, todo nos hace vibrar en algún sentido y nivel.
El canto de la tenca no es una palabra, pero tiene estructura. Pero tiene pausa, variación, tensión. Hay días en que su canto es corto, casi un soplo. Otros, es extenso, juguetón, con inflexiones que parecen explorar el aire. Como si ensayara nuevas formas de estar.
¿Qué dice? ¿A quién se lo dice? Estas preguntas nos acercan a una frontera invisible:¿Qué es comunicar cuando no hay traducción? ¿Cuándo comienza el lenguaje? ¿Dónde termina el cuerpo?
Nos han hecho creer que solo existe lenguaje donde hay palabras. Pero el canto de un ave es otra cosa: una forma de mundo. Un modo de estar. Un sistema de relaciones.
Cuando una tenca canta, no transmite datos, sino que modula su entorno. Es como si dijera: “Estoy aquí. Este es mi espacio. Esta es mi presencia”.
El problema es que, desde la mirada humana, todo lo que no se puede traducir parece sin sentido. Y así reducimos la vida a códigos y algoritmos. Pero no todo lo vivo se traduce. Algunas cosas solo se pueden habitar con atención y escucha.
Seguramente una de las creencias más encarnadas y más perjudicial – una metáfora raíz- es creer que el mundo se ordena en torno al ser humano como centro. Por tanto, si no se habla como humano, no se habla. Y lo peor, si queremos saber que podría decir un animal, metemos nuestro sistema de conciencia humana dentro de la conciencia animal y desde ahí miramos. Y eso es un error, una apropiación y signo de nuestra ignorancia esencial.
El filósofo Thomas Nagel, en su ensayo ¿Qué se siente ser un murciélago?, nos ofrece una advertencia: entender no es igual a conocer desde dentro. Podemos estudiar el sistema nervioso del murciélago, sus hábitos, su ecolocalización. Pero no sabremos nunca qué se siente ser uno. Y lo mismo pasa con la tenca.
No se trata solo de empatizar, sino de reconocer que hay una subjetividad ajena que no podemos habitar con nuestra imaginación. Y, sin embargo, está allí.
El canto del ave no está hecho para que lo entendamos. Está hecho para ser vivido por ella. Pero eso no lo hace menos valioso. Al contrario: nos desafía a escuchar sin apropiarnos.
Vivimos obsesionados con construir herramientas que traduzcan lo no humano: aplicaciones que “interpretan” el canto de las aves, sensores que clasifican, algoritmos que predicen. Pero esa tecnología no nos acerca: nos reemplaza.
El conocimiento real no es el que domina, sino el que se deja afectar. La verdadera escucha es transformadora. No busca entender: busca resonar.
Lo que nos canta la tenca no está en las notas, sino en la relación que ocurre si yo, humano, dejo de pensarme al centro y comienzo a estar presente. Sin juicio. Sin traducción. Solo estando ahí.
Solo una verdadera apertura de espíritu, y la validación de los animales como legítimos otros con sensibilidad, sentimientos emociones y conciencia permite ese resonar juntos esa co-creación de momentos en donde nos entrelazamos, no desde el lenguaje verbal sino desde el lenguaje del amor, seguramente el más antiguo de la Tierra.
Desde Planeta Sostenible queremos abrir estos espacios de reencuentro con lo que no necesita justificarse. No se trata de explicar la vida, sino de volver a estar con ella. No todo debe decirse. A veces basta con cantar.
La tenca no habla nuestro idioma, pero eso no significa que no diga. Tal vez canta porque está viva. Tal vez canta porque el mundo está hecho de cantos. Tal vez canta para el aire. Tal vez para el peumo. Tal vez para sí misma. Tal vez también para mí. Pero nunca para explicarse.
Te invitamos a compartir tu propia experiencia con los cantos del entorno.¿ Alguna vez sentiste que un ave te hablaba? ¿Has notado los distintos cantos de una codorniz, una diuca, un zorzal? ¿Has sentido que algo ocurre en ti cuando los escuchas?
Escríbenos, graba sus sonidos, dibújalos, cuéntanos qué sentiste. Planeta Sostenible está hecho de voces humanas y no humanas. Queremos escucharlas todas (info@planetasostenible.cl)